martes, 1 de mayo de 2012

Toda historia tiene un principio (VIII)

Queridos seguidores de Hyperborea Existe, vuelvo a ponerme en contacto con vosotros para proseguir con mi crónica de 'Toda historia tiene un principio'. Tal como os adelanté en mi última entrada, tras el varapalo recibido en la Comisión de Expertos del NTNU, no nos quedó otra que pasar el resto del verano de 2000 dedicados a otros proyectos mientras esperábamos con ansias que llegara el mes de septiembre.

Cuando por fin llegó el momento de iniciar nuestra nueva expedición a la cueva de Niflheim tuvimos que hacer frente a varios retos. Primero el bajo presupuesto otorgado por el NTNU, que no nos daba mucho margen de maniobra. A pesar de ello, tiramos de contactos y favores personales y, finalmente, logramos zarpar con una embarcación mediana, el 'Ice Dawn'. Este viejo barco, había sido un pesquero que se había reconvertido para tareas de investigación. Aunque en principio solo nos habían autorizado y dado fondos para delimitar el perímetro del pecio, habíamos conseguido los medios para hacer algo más. A bordo llevábamos uno de los robots submarinos Barracuda de la Nordic Communications. Eso sí, esta vez adaptado perfectamente para la labor de recogida de muestras y exploración del terreno. Por lo que íbamos a intentar alargar nuestra estancia lo posible, teniendo en cuenta las condiciones meteorológicas, para ver que podíamos conseguir.

Imagen de sonar de la zona de la fractura de Jan Mayen mostrando la  localización de la abertura de la cueva de Niflheim.
Tras varios días de travesía llegamos Olve, Geir y servidor, junto a la tripulación del 'Ice Dawn' a las coordenadas de la cueva de Niflheim. Las condiciones del tiempo no eran las mejores, por lo que nos pusimos manos a la obra. Lo primero fue delimitar todo el perímetro de la zona de la Cueva de Niflheim con el sonar. Esa región era conocida por formar parte de la famosa cresta de Jan Mayen, una isla situada 400km al norte y que como conté en anteriores entradas, luego sería uno de nuestros principales focos de trabajo de campo sobre esta investigación. Como podéis ver en la imagen la entrada de la cueva de Niflheim era un apertura alargada, como una grieta, en el lado de un montículo submarino, que hace mucho tiempo fue una chimenea volcánica.

Una vez tomadas las imágenes del perímetro, equipamos al Barracuda con el sonar e iniciamos la primera inmersión para regresar a la cueva de Niflheim. A primera vista parecía que todo estaba tal como lo habíamos dejado en nuestra anterior visita. Empezamos a tomar diferentes imágenes localizadas por cuadrantes de todo el fondo de la cueva y la parte donde estaba la que habíamos llamado como Quilla de Odín. Así nos tiramos toda la primera jornada de trabajo. Por la noche nos dedicamos a revisar todas las imágenes del sonar. En un primer análisis pudimos determinar que la Quilla de Odín no era más que la punta de un iceberg. La mayor parte de la estructura del pecio se encontraba bajo la superficie, protegida por capas de lodo, tierra y rocas. Esta conclusión fue desmoralizadora, ya que si ya de por sí esas condiciones habrían supuesto una compleja prospección arqueológica en la superficie, a esa profundidad hacía que el coste de recuperarlo fuera astronómico, fuera de nuestro alcance.

Ya casi habíamos terminado cuando Olve se fijó en una de las imágenes de otra zona de la cueva, la más apartada de la Quilla de Odín. Había una especie de montículo, de protuberancia muy extraña y que parecía fuera de lugar, pero a la vez no nos dio la impresión de poder pertenecer a la estructura del pecio. La imagen del sonar no era nada clara, pero parecía una especie de superficie circular de un metro de diámetro. ¿Estábamos ante un objeto del pecio o algún extraño artefacto de su carga?

Abajo, izquierda. Imagen de sonar del extraño disco que encontramos en la cueva de Niflheim.
Aunque habíamos planeado usar al Barracuda para extraer un fragmento grande de la Quilla de Odín, decidimos darle prioridad a nuestro nuevo descubrimiento. Al día siguiente, preparamos adecuadamente al Barracuda y miramos ansiosos como iba descendiendo lentamente por las profundidades hasta llegar a la cueva de Niflheim. Nuestro robot iba equipado con dos brazos y una pala grande. En uno de los brazos llevaba una pinza de sujeción y en el otro una sierra para cortar roca. Cuando el Barracuda se acercó pudimos verlo mejor, era una superficie circular que destacaba del fondo marino. Al acercarse el robot, se levantó mucho polvo y pudimos ver las incrustaciones de rocas, flora y crustáceos por toda su superficie.

Al extender la pinza pudimos comprobar como la parte superior se estremecía con el contacto. No se trataba de un cubo, sino de una especie de disco suelto. Parecía más liviano de lo que habíamos pensado al principio, ya que se movía levemente con cada contacto de la pinza. Finalmente, tanteamos todo su perímetro y fuimos haciendo incisiones en la roca para intentar separarlo de ella. Ahí estaba lo que habíamos estado buscando, un objeto que podría ser la clave que demostrara que nuestra investigación tenía sentido y no perseguíamos fantasmas. Pero el Barracuda no estaba preparado para poder cargar con el disco, temíamos que su pinza no fuera suficiente para realizar un ascenso seguro. Íbamos a tener que pensar en otra forma de alzarlo a la superficie...

Hasta aquí lo dejo queridos seguidores de Hyperborea Existe, espero proseguir con mi crónica muy pronto. Ya cada vez quedan menos piezas por descubrir para recomponer este rompecabezas que supone el mito de Hyperborea. Estoy convencido de que pronto podremos descubrir la verdad tras el mito y revelar al mundo que la civilización Hyperborea existió. Muchas gracias por vuestro apoyo continuado..

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